jueves, 4 de marzo de 2010

ALBEDO

Durante la sesión matutina sucedieron cosas nuevas: la conciencia se disolvía entre los huecos del pensamiento y algo era consciente de esa disolución; y era como una muerte, mas era plácida. Luego salí a caminar un rato, como siempre tras el ejercicio, y pequeñas casualidades me hicieron prolongar la estancia al aire libre más allá de lo habitual, incluso de lo normal en un día laborable. Como último paso antes de retornar fui a comprar el material de limpieza doméstica y personal que necesitaba. Ya llegando a casa sucedió: caminaba paso a paso, sintiendo que de tener que contemplar algo debería detenerme para anular el riesgo de caída (había llovido y quedaba barro en la calle). Y allí, gozando el sol de la mañana, estaba la planta con sus grandes hojas verdes y el primer rocío del año. Hablé con ella y pasé mi dedo índice por la superficie de la hoja húmeda de gotas de vida. Me llevé el dedo a los labios haciendo mío el milagro de las Aguas que estaban ahora tanto dentro como fuera. Y lo supe: sería este año. Al llegar a casa consulté las efemérides: entrábamos en Ares el día 20 por la tarde, y la luna llena sería el día 30 por la noche, anunciando rocío y nieblas de mañana. La festividad que le correspondía no podía ser más adecuada: nuestra señora de la Estrella.

(Robert Jorosky: "La sombra de las catedrales"; Reims 1947)